viernes, 23 de mayo de 2008
La pata de palo
Una de las cosas más características de Mastropancho es que al haber perdido la pierna a la altura del muslo - recordemos que comenzando el siglo XX se la aplastó un carro cargado de caña de azucar en Cuba- le colocaron una prótesis de creación artesanal, ciertamente rústica y creo que bastante pesada. Buscaré pronto alguna foto, recuerdo una que le hizo su hijo José a finales de los sesenta en la plaza de Teror, en la que se percibe el formato pirata de la misma. No tengo información sobre el destino actual de la pieza, Mastropancho murió en 1974, pero si guardo con cariño el recuerdo de cierto día en que la curiosidad de mis primas Menchy y Paqui y la mia propia, nos llevó a hurgar dentro de un viejo baul, y llegando al fondo del mismo, tras apartar mantas y ropas usadas dimos con la sorprendente "pata de palo" que se guardaba, imaginamos que como repuesto de la que llevaba encima. Era un tronco de madera afilado por la punta, con un grosor de un palmo a la altura de lo que sería el muslo y con forma casi cónica, al acabar en un círculo un poco menor que una galleta, y que se remataba con una goma antiresbalones. Nada de pulimientos ni barnices, madera pura y dura de no se que árbol, una auténtica joya de la ortopedia rural en los tiempos en que este joven quedo cojo, pero nunca obstáculo para su integración y para su empuje personal como fundador, con su mujer Francisca, de una familia grande y una empresa agrícola y comercial admirable, dada las condiciones de partida y las dificultades de la epoca y los periodos que vivieron.
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sábado, 19 de abril de 2008
Mastropancho
Mastropancho (Maestro Pancho) estuvo a principios del siglo XX en Cuba. Viajó en un barquito desde Gran Canaria hasta Santiago con solo 14 años y comenzó a trabajar en la caña de azucar. Antes de los 18 regresó a su tierra, a sus montañas, habiendo dejado una de sus piernas debajo de las ruedas de un carro cargado de caña. Ya había acabado la primera gran guerra del siglo, y Mastropancho comenzó a remendar zapatos en la cueva de Barranco del Pinar. Conoció a Francisca, fundó una familia en la que criaron a más de diez hijos, compraron unas tierras, después unas vacas y antes de acabar la década de los veinte iniciaron un pequeño negocio en lo que empezaba a conformarse como un pueblecito que se llamó Piedra de Molino, en un pequeño descansillo que las aguas habían formado entre las montañas del noroeste de Gran Canaria, muy abierto hacia el noreste, en la mera diana en la que impactaba el alisio.
El pueblecito fue creciendo alineado en torno a tres caminos, y escoltado por dos barrancos nacientes. A uno de esos barrancos, en el que estaba la enladerada y oscura tierra que trabajaba Francisca llevaba El Callejon, auténtica chimenea de aire frio por el que todos pasaban corriendo buscando protección entre las dos casas viejas que lo delimitan.
Hoy, más de 100 años después, El Callejon se llama Calle Maestro Pancho, y ahora, en este instante, uno de sus nietos escribe ahogado en imágenes que buscan palabras.
El pueblecito fue creciendo alineado en torno a tres caminos, y escoltado por dos barrancos nacientes. A uno de esos barrancos, en el que estaba la enladerada y oscura tierra que trabajaba Francisca llevaba El Callejon, auténtica chimenea de aire frio por el que todos pasaban corriendo buscando protección entre las dos casas viejas que lo delimitan.
Hoy, más de 100 años después, El Callejon se llama Calle Maestro Pancho, y ahora, en este instante, uno de sus nietos escribe ahogado en imágenes que buscan palabras.
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